Nora y Norah - Fragmento por Francisco Luis Bernardez
......La quinta de la familia Lange nos abría sus puertas los domingos. A veces, los sábados. Sobre sus árboles, sobre sus flores, sobre su casa, reinaba Norah rubia hasta decir basta, entre sus cuatro hermanas, frescas walkyrias que respondían a las siguientes denominaciones: Irma, Haydée, Chichina y Ruth. Pretendientes más o menos anglosajones rondaban pacientemente a las dueñas de casa, cuyo eclecticismo encontraba siempre la manera de integrarlos en el ciclón que con nosotros llegaba. Se encendía el piano. Se formaban las parejas. Sonaban los primeros compases. Y el tango abría sobre la sala su gran flor melancólica, cuyo lento perfume parecía confundirse entonces con el de los versos que durante la semana habíamos fraguado para desesperación de los proyectos poetas oficiales. Entre “El choclo” y “El entrerriano”, entre “Don Juan” y “La cumparsita”, no era raro que nos tomáramos fugaces vacaciones con las deidades de aquel paraíso wagneriano en el fragante almacén de la esquina, y que las cañas que sobre el estaño nos servían contribuyeran, como una ceremonia ritual, a unirnos con mayor convicción en cierto “fervor de Buenos Aires” que un criollo recién llegado de Ginebra venía desparramando, casi religiosamente en sus desaforadas caminatas nocturnas por la ciudad entera. Pero la quinta nos reclamaba. Y a la quinta volvíamos en confuso tropel, para reanudar el estruendo y la alegría. Con el largo pelo incendiado, Norah recobraba su trono y su cetro, entendía sus manos para apagar el bochinche, y recitaba La calle de la tarde, cuyos versos no perdían nunca la virtud de calmar la tormenta y de hacer despuntar el sol de la más limpia emoción.
¡Norah! Uno la nombra y siente que está nombrando a todos aquellos muchachos en quienes la poesía argentina se niveló con la de Europa. Uno pronuncia el nombre de Norah y ve a aquella chica recorrer después un camino, resplandeciendo en estaciones tan bellas como Cuadernos de infancia y Personas en la sala, halló en el amor de Oliverio Girondo lo que le faltaba para alcanzar la meta esperada y para descubrir en ella un lugar donde, entre explosivos discursos y silenciosas exploraciones líricas, no había otro reino que el de la poesía mejor. De más esta decir que desde su nuevo cielo de la calle Suipacha, Norah siguió tutelándonos secretamente, con su voz, son su recuerdo y, sobre todo, con su sueño maravilloso, con su sueño mitad escandinavo, mitad argentino, y enteramente porteño.